Albert Gleizes y Jean Metzinger

Sobre el cubismo
París 1912

El cuadro lleva en sí mismo su razón de ser. Es posible, impunemente, llevarlo de una igle­sia a un salón, de un museo a una habitación. Esencialmente independiente, necesariamente total, no tiene por qué satisfacer inmediatamen­te al espíritu sino, por el contrario, debe arras­trarlo poco a poco hacia las profundidades ficticias en las que vela la luz ordenadora. No concuerda con tal o tal otro conjunto, concuer­da con el conjunto de las cosas, con el univer­so: es un organismo.


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